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Si ahora mismo intentas balancear tus estudios, el trabajo y la vida social, sabes que cada interacción está mediada por la tecnología. Desde el servicio de pedidos a domicilio que te permite ordenar tu cena desde tu móvil, hasta las redes sociales que analizan tus tendencias y preferencias sin que te des cuenta, la vida que conocíamos ha evolucionado y continuará cambiando. Pero esta evolución va mucho más allá de las apps o los dispositivos móviles. La transformación digital impulsa nuevas oportunidades y plantea grandes desafíos para las empresas, la educación, la salud y la sociedad en general y nos lleva a preguntarnos: ¿Estamos construyendo un universo digital inclusivo, o estamos profundizando las brechas existentes?
Cuando escuchamos el término “transformación digital”, la mayoría piensa automáticamente en comprar software o integrar inteligencia artificial (IA). Pero, según los expertos, esto es falso. La tecnología es solo una herramienta.
¿Por qué es crucial este cambio de mentalidad? Porque hacer las cosas como se han hecho hasta ahora no genera el impacto productivo que exige el mundo digitalizado de hoy. Para que una empresa o institución logre una verdadera transformación, primero debe repensar: ¿Cómo produzco? ¿Cómo ofrezco mis productos? ¿Cómo me comunico con mis clientes? Solo después de transformar esa mentalidad se puede utilizar la tecnología para potenciar estos procesos.
La Inteligencia Artificial es posiblemente la herramienta tecnológica más poderosa descubierta hasta hoy. Si bien interactuamos con ella desde hace años, como clientes pasivos en las redes sociales que usan IA para analizar sentimientos o procesar datos, hoy tenemos mayor conciencia de su impacto. Pero aquí viene la parte incómoda: si la IA es tan poderosa, ¿está siendo utilizada correctamente?
Existe una preocupación real sobre la ética en el uso de la IA. El mal uso de esta herramienta puede volverse un peligro para todo el ecosistema. ¿Por qué? Porque el 70% de los datos que entrenan a los modelos de IA provienen de países de grandes economías. Esto significa que la información que recibimos puede ser sesgada. Estos sesgos no son triviales. Pueden ser sesgos de género, culturales, etarios o raciales. La IA, al ser alimentada con datos que reflejan nuestras desigualdades sociales, puede replicarlas e incluso agravarlas. Por ejemplo, se ha observado que los modelos de IA han sido entrenados con datos que favorecen a personas de género masculino, caucásico y de primer mundo.
Es crucial entender que, si no corregimos las desigualdades de la base, el ecosistema digital simplemente subirá esas mismas brechas a la red. La transformación digital inclusiva solo existe si es un proceso global que incluye a toda la población, de inicio a fin. Si una cadena de valor se rompe —por ejemplo, si una gran empresa digitalizada debe volver a procesos físicos para interactuar con pequeños productores sin conectividad—, no existe una transformación; solo hay una digitalización de un proceso.
Aquí es donde se revela la gran deuda de Latinoamérica: la falta de inclusión digital en la región. Hoy por hoy, 244 millones de personas están desconectadas, lo que representa un tercio de la población. En países como Ecuador, solo el 66% de los hogares tiene una conexión fija estable.
Si no se corrigen estas desigualdades de base, la transformación digital no cerrará brechas; abrirá abismos mucho más grandes. Hoy, no tener internet significa que se te niegan derechos como la teleeducación, la telesalud o el teletrabajo. La brecha digital ya no es solo sobre conectividad o acceso económico; es una brecha que afecta el acceso a créditos, derechos digitales y oportunidades de emprendimiento.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, más del 40% de los empleos tradicionales y convencionales desaparecerán para 2027. Esto ya lo vemos en procesos automatizados de atención al cliente (bots) o la desaparición de cajeros en supermercados. Sin embargo, esto podría verse como una “destrucción constructiva”. Por un lado, se destruyen oficios, pero por otro, se crean nuevas oportunidades con condiciones laborales mejoradas. Los empleos ligados a la tecnología ofrecen mejoras salariales y la posibilidad de ser un “trabajador universal” o un nómada digital.
El problema principal de la transformación digital hoy es la falta de talento humano cualificado. Existe la falsa creencia de que los nativos digitales tienen automáticamente estas nuevas habilidades. Sin embargo, solo el 45% de los nativos digitales en Latinoamérica posee competencia básica digital. Manejar redes sociales o jugar no se traduce en saber programar, manejar grandes volúmenes de datos (Big Data) o generar prompts efectivos de IA.
Para enfrentar este desafío, se necesitan políticas públicas favorables, una revisión académica de mallas curriculares para insertar habilidades digitales y un proceso de reskilling o upskilling en las empresas para capacitar a los trabajadores cuyos roles han sido suprimidos por máquinas.
Si bien el conocimiento puede generar beneficios para el Producto Interno Bruto (PIB), la meta real no es solo el éxito económico, sino la inclusión. La clave para mitigar los sesgos digitales y construir una sociedad digital equitativa es fomentar la participación diversa, especialmente la de mujeres en STEM, quienes aportan un liderazgo inclusivo y una visión de acogida.
Si hoy conocemos los riesgos de la exclusión y la proliferación de sesgos, la pregunta que queda para nuestra generación es: ¿Vamos a corregir los errores del mundo físico en nuestro nuevo universo digital, o simplemente los aceptaremos en un formato más rápido?
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Written by: Rob Vallejo

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